jueves, diciembre 12
Shadow

Un “Elíxir de amor”, lleno de sorpresas,
bella la música y un montaje cálido

Memorable la música, los grandes coros, la orquestación y una historia cautivadora que, a más de 150 años de su estreno, sigue hechizando, es lo que disfrutó el público la noche de este viernes con la ópera “El elíxir de amor”, de Gaetano Donizetti, en un singular montaje en el Teatro Pablo de Villavicencio.


Ello, bajo la dirección artística del Mtro. Miguel Salmon del Real y con la participación de tres de las grandes compañías del Instituto Sinaloense de Cultura: la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes, los solistas del Taller de Ópera de Sinaloa, que dirige José Manuel Chu, y el Coro de la Ópera de Sinaloa, que dirige Marco Antonio Rodríguez, con una dirección de escena a cargo de la habilidosa actriz y teatrista Marcela Beltrán.


Vale mencionar la participación, al inicio del segundo acto, de algunos jóvenes músicos de la Banda Sinfónica Juvenil de Sinaloa que, desde la planta alta del teatro, amenizan la boda con algunos acordes de banda, mientras las cuerdas de la OSSLA, allá abajo, les siguen el paso.


La vieja historia del amor del pobre campesino enamorado de la bella pero adinerada patrona, fue retomada para adaptarla escénicamente por lo menos a los campos hortícolas de Sinaloa, entre jabas de tomate y baldes que sirven para recrear el acarreo tras el corte, escenas del empaque donde se selecciona el producto, y hasta las mesas y sillas de una boda.


Allí, el pobre Nemorino (alternándose, los tenores Jair Padilla y Mario Canela) le echa los perros a la bella Adina (la soprano mazatleca Lucía Beyles) quien lo ve muy poca cosa, y parece preferir al sargento Belcore (el barítono Isaac Herrera), que, con su labia y su porte militar, parece que ganará la partida.


Y entre coros de los jornaleros durante la jornada, entre fogones para calentar los lonches, entre mayordomos y guardarrayas, Nemorino escucha la leyenda de Tristán, que con un filtro de amor logró conquistar a Isolda, y sueña con la posibilidad de que ese filtro exista.


Y existe, pero no como lo expresa la leyenda, sino que llega en la forma de una botella del dulce vino de Burdeos, que el charlatán Dulcamara (el barítono Carlos Rojas) le vende a precio de oro al infeliz enamorado quien, al beberlo, se desinhibe y, esperanzado de que en 24 horas su amada caerá como un higo maduro, se da el lujo de fingirle indiferencia, pero todo cae por tierra cuando ella, dolida, acepta casarse con Belcore.


De nuevo, un imprevisto salva a Nemorino, con el rumor de una herencia inesperada que Gianetta (la mezzosoprano Mayela Yépiz) se encargará de divulgar entre las muchachas, que persiguen al enamorado quien no sabe de tal herencia y que atribuye todo al efecto del elíxir misterioso. Y así sigue la historia, ya muy conocida.


Y en el transcurso, bellos coros, dúos, romanzas y arias como “Quanto è bella, quanto è cara («Cuán bella es»), “Come Paride vezzoso” («Como el encantador Paris»), el dúo “Io son ricco e tu sei bella” («Yo soy rico y tú eres bella»), y por supuesto, “Una furtiva lágrima”, la más conocida de la ópera.

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