
Por: Víctor Salazar
Columna: La mesa redonda
La historia nos ha enseñado que cada vez que un régimen comunista alcanza el poder, la represión se convierte en su instrumento principal para consolidarse. La Revolución Rusa de 1917 trajo consigo la creación de los tristemente célebres gulags, campos de exterminio donde la Unión Soviética enviaba a intelectuales, opositores políticos y miembros de la monarquía a morir en condiciones infrahumanas. Bajo la justificación de una lucha por la igualdad, los líderes bolcheviques eliminaron a cualquiera que representara una amenaza a su nuevo orden.
Este patrón no es exclusivo de la Rusia soviética. A lo largo del siglo XX, regímenes marxistas y procomunistas han recurrido sistemáticamente a estrategias similares: primero liberan a delincuentes de las cárceles y establecen pactos con ellos, luego persiguen a sus enemigos políticos y, finalmente, instauran un sistema de terror en el que la vida de los ciudadanos se convierte en una moneda de cambio.
En México, la llegada de Morena al poder en 2018 con Andrés Manuel López Obrador trajo consigo un panorama inquietante. Bajo la promesa de la transformación, se ha debilitado el Estado de derecho y se han normalizado alianzas peligrosas. El reciente hallazgo de un presunto campo de exterminio en el Rancho Izaguirre, donde se encontraron cientos de restos humanos, nos remite de inmediato a los episodios más oscuros de la historia. ¿Es acaso una coincidencia o estamos viendo la consolidación de un modelo ya aplicado en otros regímenes populistas?
Las preguntas que surgen son alarmantes y no pueden ser ignoradas: ¿Desde cuándo operan estos sitios? ¿Cuántas personas han sido realmente asesinadas? ¿Cuántos opositores al régimen han desaparecido? ¿Estamos ante una red de tráfico de órganos o ritos satánicos dedicados a oscuros demonios? No podemos permitir que un simple chivo expiatorio sirva para cerrar el caso y sepultar la verdad bajo una maraña de falsas explicaciones.
La sociedad mexicana no debe olvidar ni dejar de cuestionar. Es nuestra obligación exigir que la verdad salga a la luz y que no se repitan los crímenes que han marcado con sangre las páginas de la historia mundial. El silencio y la indiferencia solo serán cómplices de un terror que, como hemos visto antes, nunca se detiene hasta consumirlo todo.
No caigamos en la descalificación de este actual gobierno que descalifica todo cuando no le conviene y etiqueta de montajes o golpe mediático de la oposición. Lo que allí ocurre no se puede pasar por alto, y si la supuesta derecha o la oposición aprovechan para hacer viral este caso, no lo hace menos creíble y no se puede negar su existencia.