sábado, mayo 17
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«La Nueva Estrategia de la Izquierda: Del Fusil al Voto, del Miedo a la Esperanza»

Columna: La Mesa Redonda
Por: Víctor Salazar

El triunfo de la izquierda en América Latina marca una tendencia que, a pesar de haberse presentado con un rostro renovado y democrático, lleva en su esencia las huellas de un pasado oscuro y violento. En el siglo XX, el socialismo-comunismo se impuso en varias naciones a través de masacres, represiones y el control absoluto, dejando un legado sombrío en países como China, Cuba y la Unión Soviética. Millones de vidas fueron sacrificadas en nombre de la ideología: la Revolución Cultural de Mao Zedong en China, las purgas de Stalin en la URSS y los fusilamientos en Cuba son solo algunos de los ejemplos más conocidos de la brutalidad con que la izquierda se impuso cuando su objetivo no encontró barreras.

Sin embargo, este nuevo siglo vio emerger una izquierda que entendió que, en un mundo de creciente aversión a la violencia y con un público más informado, la conquista por la fuerza podía no ser el camino más efectivo. La caída del Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética marcaron el declive del modelo socialista clásico, lo que llevó a un replanteamiento de la estrategia. En lugar de tanques, fusiles y campos de concentración, la “Nueva Izquierda” supo adaptar su discurso para conectar con las masas a través de un medio mucho menos beligerante: el voto popular. Con un cambio de táctica, la izquierda construyó una narrativa que exaltaba la justicia social, la igualdad y los derechos humanos, ideales que, paradójicamente, habían sido pisoteados en sus propias revoluciones sangrientas.

Hoy, esta izquierda ha aprendido a aprovechar las redes sociales y los medios de comunicación para presentar una imagen de cambio pacífico y accesible. Utilizan las plataformas digitales para pintar un panorama esperanzador, donde las antiguas masacres y las tragedias de la historia comunista parecen haber sido olvidadas, o al menos convenientemente omitidas. En lugar de las purgas de Stalin, se habla de solidaridad y progreso; en vez de los campos de trabajo forzado de Mao, se exaltan los ideales de inclusión y equidad. Así, han logrado conquistar a una generación que, sin experiencia de esos horrores, se ha vuelto receptiva a las promesas de una “justicia social” que nunca llegó en los regímenes comunistas del pasado.

Mientras tanto, la derecha, adormecida en su aparente dominio y creyendo que la amenaza comunista había desaparecido con la caída de la URSS, no vio venir este cambio de estrategia. Las organizaciones empresariales, los sistemas educativos y los partidos tradicionales subestimaron la capacidad de la izquierda para adaptarse y conquistar no solo territorios, sino conciencias. Como consecuencia, la derecha fue relegada a un papel secundario, perdiendo terreno ante una izquierda que se disfrazó de nueva, pero que sigue llevando en su ADN la misma obsesión por el control total.

Los partidos de la supuesta derecha, como el PAN en México, que alguna vez afirmaron defender los valores tradicionales, terminaron siendo cómplices de una gradual degeneración social, permitiendo el avance de políticas y programas que erosionaron la moral y los valores. Estos partidos, junto con la izquierda, apoyaron una agenda que fue calando en la sociedad, facilitando una transformación ideológica que ha llevado a la izquierda al poder por vías democráticas, pero no menos preocupantes. La diferencia es que hoy, en lugar de imponer el socialismo-comunismo por medio de la violencia, se ha optado por el camino de la persuasión y la manipulación sutil, vendiendo una falsa idea de libertad y justicia que la historia ha demostrado inalcanzable bajo sus doctrinas.

Así, el triunfo de la izquierda en América Latina no es un simple cambio de poder, sino el resultado de una estrategia largamente planeada que ha sabido aprender de los errores del pasado. Han dejado atrás las balas, las purgas y los campos de trabajo, y, en su lugar, han adoptado la imagen de los defensores del pueblo. Con el control de las redes sociales y un discurso de inclusión, han capitalizado las esperanzas de aquellos que ven en la política tradicional un sistema agotado y decadente. La promesa de un cambio pacífico es solo la fachada de una ideología que ha causado enormes tragedias en el pasado, y que hoy, con otro disfraz, logra lo que antes intentaba imponer: un dominio ideológico que, si la historia es un buen indicador, podría tener consecuencias devastadoras.

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