miércoles, febrero 12
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«La izquierda triunfa, la derecha ha sido derrotada» se repite como un mantra en diversas páginas marxistas

Columna: La mesa redonda
Por: Víctor Salazar

En las últimas semanas, hemos sido testigos de una avalancha de publicaciones y titulares que proclaman, casi con júbilo, el supuesto triunfo de la izquierda sobre la derecha en México y otras partes del mundo. «La izquierda triunfa, la derecha ha sido derrotada» se repite como un mantra en diversas páginas que se autodenominan defensoras de una «victoria popular». Sin embargo, este tipo de afirmaciones son una simplificación que oculta una realidad mucho más compleja, donde los grandes intereses globales mueven los hilos detrás de estas ideologías, ajustándolas según sus propios designios.

Primero, cabe señalar que la derecha, en su versión auténtica, prácticamente no existe en México. Lo que hoy se presenta como derecha es una amalgama de intereses empresariales y políticos que se alinean más con el oportunismo que con una ideología estructurada. La derecha tradicional, con sus valores de conservadurismo y nacionalismo, ha sido desdibujada y en muchos casos absorbida por el mismo sistema que promueve a la izquierda, pues ambas posturas son útiles para los verdaderos actores en las sombras: los poderes globalistas.

La izquierda en México, y en muchas otras partes del mundo, ha logrado avances significativos en términos electorales. Pero estos triunfos no son casualidad ni fruto de un despertar popular genuino. Son el resultado de una estrategia más amplia, impulsada por intereses globalistas que han promovido una agenda que, aunque difiere en matices de la Agenda 2030 de la ONU, responde a las mismas élites que han moldeado el curso de la política mundial durante décadas. Las celebraciones por el supuesto triunfo de la izquierda en realidad son celebraciones vacías, porque no representan la verdadera voluntad popular, sino el cumplimiento de un plan mucho más grande y profundo.

La realidad es que tanto la derecha como la izquierda son solo herramientas, ideologías manipuladas y usadas según convenga a los intereses de los amos del mundo. Los triunfos políticos, ya sean de uno u otro bando, no son más que el reflejo de decisiones tomadas en despachos lejanos, Logias o Sinagogas en mesas de poder global donde se decide qué ideología es más conveniente en cada momento. El sistema se ajusta y se reinventa constantemente, moviendo las fichas de derecha a izquierda, de conservadurismo a progresismo, según las necesidades de control.

Esta dinámica la vemos claramente en líderes como Vladimir Putin y Javier Milei, quienes, aunque pertenecen a la misma comunidad judía, han sido posicionados como defensores de posturas conservadoras o de derecha, en oposición a ciertos aspectos de la agenda progresista global. Putin ha rechazado abiertamente la ideología de género y ha promulgado leyes que refuerzan valores tradicionales en Rusia, mientras que Milei, en Argentina, ha levantado la bandera contra la Agenda 2030 de la ONU, pero al mismo tiempo propone un sistema que sigue beneficiando a las mismas élites. Estos líderes no son más que piezas de ajedrez en un tablero donde los ciudadanos somos meros peones, condenados a perder independientemente de quién esté al mando.

La situación actual del mundo político guarda una inquietante semejanza con la distopía descrita por George Orwell en 1984. En ese mundo, el control sobre la sociedad no radicaba tanto en la ideología que se promovía, sino en la capacidad del Estado de manipular la realidad y los pensamientos de las personas, alternando entre un enemigo y otro según conviniera al poder. Hoy, la alternancia entre derecha e izquierda funciona de manera similar: nos mantienen polarizados y enfrentados mientras el verdadero poder permanece en manos de aquellos que controlan el sistema. No importa si ganan la derecha o la izquierda, el resultado es el mismo: los ciudadanos seguimos siendo los grandes perdedores en un juego que nunca fue diseñado para nuestro beneficio.

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