Columna: La Mesa Redonda
Por: Víctor Salazar
La reelección de Donald Trump en las elecciones de 2024 ha sido un golpe inesperado y contundente para las elites globalistas y aquellos que promueven una agenda progresista y de corte woke en el mundo. Su victoria no sólo marca el regreso de un líder político que logró polarizar a la sociedad estadounidense durante su primera administración, sino que también refleja un cambio en el sentir de gran parte del electorado, que ha optado por alejarse de las políticas promovidas por el ala más progresista y ha decidido apostar nuevamente por una América que vuelva a sus raíces y principios fundacionales.
El miedo de las elites: ¿Por qué tiemblan ante Trump?
Las elites globalistas, agrupadas en lo que muchos llaman la «cabal comunista», ven en Trump una amenaza directa a sus intereses. No se trata únicamente de una lucha de poder; es una batalla ideológica. Trump ha sido un crítico constante de las agendas de control social, la globalización y las políticas que tienden a la homogenización cultural, lo que desafía directamente a quienes buscan un orden mundial uniforme y alineado con principios progresistas que, para sus críticos, socavan los valores tradicionales.
Trump representa, en cambio, una América que defiende su individualismo, su carácter nacionalista y sus valores fundacionales. En su campaña, volvió a recalcar su compromiso de devolver a Estados Unidos una fortaleza económica y social, cimentada en el trabajo, la seguridad y los valores familiares. Las elites globalistas, que ven en la globalización un medio para consolidar su poder y riqueza, temen que el discurso nacionalista de Trump encienda aún más el espíritu de independencia en los estadounidenses, quienes rechazan las directrices impuestas desde fuera.
América fuerte vs. globalización y pérdida de valores
Las políticas de Trump contrastan fuertemente con las promovidas por sus rivales políticos, quienes han impulsado una agenda de globalización, progresismo y aberraciones, en la cual las fronteras son vistas como obstáculos y los valores morales tradicionales, como conceptos arcaicos. La globalización, desde esta perspectiva, no es sólo un medio para la interconexión económica y cultural, sino una herramienta para diluir la identidad nacional y promover una uniformidad que, en términos políticos, es más fácil de manejar y manipular.
Trump, en cambio, aboga por una construcción de país desde dentro, fortaleciendo la economía interna, incentivando la producción nacional y promoviendo políticas que restablezcan el respeto por el trabajo y el esfuerzo individual. Su lema «América grande otra vez» va mucho más allá de la retórica; se traduce en políticas concretas que buscan reducir la dependencia de economías extranjeras y, en su lugar, empoderar al trabajador estadounidense.
Una agenda política moralmente polarizada
En la vereda contraria, se encuentran las agendas progresistas que han sido criticadas por Trump y sus seguidores, quienes las ven como un ataque directo a los valores tradicionales. Políticas de control natal, aborto, matrimonios del mismo sexo y la promoción de derechos y libertades sin restricciones y morales son, para el nuevo presidente, signos de una sociedad en decadencia.
Para Trump, recuperar a Estados Unidos es, en parte, una cuestión de valores. Sus propuestas incluyen reforzar el apoyo a las familias tradicionales, aumentar las restricciones a políticas abortistas y promover la educación de valores. Es una visión de país en la que la familia y la educación son pilares para una sociedad fuerte y donde el individuo, dentro de su libertad, es consciente de sus responsabilidades y deberes hacia la nación. Contrarios a los Woke, que buscan el amor libre, sus autoperceciones distorsionadas que, además buscan obligar a los demás en aceptarlas y verlas como normal.
El camino hacia el futuro: ¿El resurgir de una América unida?
El triunfo de Trump abre un nuevo capítulo en la historia estadounidense. El país se encuentra dividido, pero no derrotado. La tarea que tiene el nuevo presidente no es sólo económica o de seguridad nacional, sino también cultural y moral. Muchos de sus votantes ven en él al líder que devolverá a Estados Unidos la solidez que perdió con el avance de la globalización y la agenda progresista.
La victoria de Trump es una señal de que existe un grupo significativo de estadounidenses que aún cree en los principios de sus padres fundadores y que desea una América fuerte y con identidad. Su mandato, en los próximos años, será observado de cerca, pues será el escenario de una confrontación de ideas y valores que trascenderá las fronteras de Estados Unidos y marcará un nuevo rumbo en la lucha ideológica que define la época.
Los ataques progresistas desde México y la defensa de la soberanía nacional
En México, algunos periodistas progresistas, al servicio de las elites, han intensificado su crítica hacia Trump, utilizando sus declaraciones sobre políticas migratorias y aranceles como puntos de ataque. Estos comentarios no sólo buscan desacreditarlo, sino que también intentan sembrar un sentimiento de rechazo en el pueblo mexicano. Sin embargo, estas críticas suelen omitir que cada país es soberano para definir sus políticas y reglas, y que esto no menoscaba la dignidad de ninguna nación.
Si un individuo elige dejar su país para residir en otro, debe someterse a las leyes locales y no exigir derechos que no le corresponden. Trump ha dejado claro que sus políticas están diseñadas para proteger a su nación y sus ciudadanos, y no deberían interpretarse como un ataque al orgullo mexicano, sino como un ejercicio de soberanía que cada país, incluido México, tiene derecho a implementar.
Las políticas que promueven una globalización indiscriminada, muchas veces alineadas con el llamado «Plan Kalergui», parecen enfocadas en reducir el nacionalismo y fomentar una mezcla que diluye las identidades nacionales. En lugar de esto, Trump defiende el derecho a mantener una identidad cultural propia, lo que representa para sus seguidores una América fuerte y fiel a sí misma.