
Columna: La mesa redonda
Por: Víctor Salazar

Culiacán, Sinaloa. 25 de Septiembre: En una de sus primeras decisiones polémicas como futura presidenta de México, Claudia Sheinbaum ha optado por no invitar al Rey Felipe VI a su toma de posesión. El motivo de tal exclusión, según explicó Sheinbaum, radica en la falta de una disculpa por parte de España y la Corona española por los hechos relacionados con la conquista de México y el supuesto asesinato de indígenas hace más de 500 años. Esta decisión ha generado críticas tanto dentro como fuera del país, y no es para menos.
Es preocupante que la próxima mandataria de México, quien debería promover la diplomacia y la reconciliación entre las naciones, decida utilizar el pasado histórico como argumento para enfriar relaciones bilaterales que, en la actualidad, son fundamentales para el desarrollo económico, cultural y político de ambas naciones. Vivir anclado en la conquista de 1521 es no reconocer los cambios y avances que ambas sociedades han experimentado en cinco siglos. Ni España ni México son los mismos países de antaño, y seguir exigiendo disculpas por hechos históricos no solo es un error diplomático, sino que refleja una actitud de confrontación innecesaria.
La conquista de México es un capítulo complejo en la historia de la humanidad, pero convertir esa página no significa olvidar el pasado, sino aprender de él. Las relaciones internacionales modernas deben basarse en el respeto mutuo, la colaboración y la búsqueda de un futuro próspero para ambas naciones. Al no invitar al Rey Felipe VI, Sheinbaum da un paso atrás en esta dirección, perpetuando una narrativa de resentimiento que poco ayuda a los mexicanos en la actualidad.
No cabe duda de que Claudia Sheinbaum, al igual que muchos líderes de izquierda marxista, parece seguir enfrascada en una lucha de clases que no corresponde con los tiempos modernos. La decisión de mantener este discurso histórico de confrontación no solo es un desatino político, sino una vergüenza para México y para los mexicanos que desean avanzar hacia un futuro de diálogo y progreso.
México merece un liderazgo que mire hacia adelante, que no utilice el pasado como arma política, y que se enfoque en construir relaciones internacionales basadas en el respeto y la cooperación. Este tipo de actitudes solo sirven para aislar a nuestro país y retrasar su desarrollo en un mundo cada vez más interconectado.