viernes, febrero 14
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«12 de Octubre no se olvida»: España Católica Liberó al Pueblo Indígena del Satanismo y los Sacrificios Humanos

Columna: La Mesa Redonda
Por: Víctor Salazar

El 12 de octubre, conocido en muchos países de América Latina como el Día de la Raza, conmemora el encuentro entre dos mundos que ocurrió tras la llegada de Cristóbal Colón a América en 1492. Esta fecha marca el inicio de un proceso histórico de intercambio y fusión entre las culturas indígenas americanas y las culturas europeas, impulsado por la colonización española.

El término «Día de la Raza» fue propuesto en el siglo XX por intelectuales y políticos hispanoamericanos para resaltar la mezcla o mestizaje que surgió de este encuentro entre europeos, indígenas y, más tarde, africanos. La idea detrás del nombre es la celebración de la creación de una nueva identidad cultural y la mezcla de razas y tradiciones que surgieron de este proceso.

En la historia de la humanidad, pocos eventos han sido tan determinantes como la llegada de los conquistadores españoles al Nuevo Mundo después del descubrimiento de Cristóbal Colón. Este encuentro no solo marcó el inicio de un proceso de mestizaje cultural y étnico, sino que, desde una perspectiva metafísica y teológica, trajo consigo la liberación de pueblos indígenas que vivían bajo el yugo de prácticas que, a ojos contemporáneos, pueden parecer aterradoras. La evangelización emprendida por la Corona Española, en especial bajo el impulso espiritual de la Reina Isabel la Católica, no fue meramente una empresa de conquista territorial, sino una misión divina con el propósito de destruir los ídolos de piedra y los sacrificios humanos que imperaban en las civilizaciones Azteca y Maya.

Estos pueblos, que sin duda alcanzaron altos niveles de conocimiento en diversos campos como la astronomía, la arquitectura y las matemáticas, practicaban rituales religiosos que incluían sacrificios humanos en honor a sus deidades. Para los aztecas, por ejemplo, el sacrificio de corazones humanos era esencial para alimentar al dios Huitzilopochtli, mientras que los mayas también realizaban actos similares para sus divinidades. Aunque estas prácticas eran parte integral de sus culturas, al analizarlas desde una óptica religiosa y espiritual más amplia, surge la inquietante posibilidad de que aquellos «dioses» a quienes se les rendía culto no fueran más que manifestaciones de fuerzas oscuras. ¿Podrían haber sido demonios disfrazados de deidades que, a cambio de conocimiento y poder, exigían sangre humana como tributo?

La conexión con el relato bíblico se vuelve inevitable. En la tradición judeocristiana, el Dios de Israel, Yahvé, también solicitaba sacrificios en el Antiguo Testamento, aunque con propósitos distintos. Los holocaustos eran una forma de expiación de pecados y una forma de mantener un pacto sagrado entre el pueblo hebreo y su Dios. Sin embargo, la diferencia fundamental radica en el contexto espiritual: mientras Yahvé exigía sacrificios como un medio de purificación y reconciliación, las deidades mesoamericanas parecían exigir sangre para su propio beneficio, recordándonos las historias de los nefilim, aquellos ángeles caídos que, según algunos relatos apócrifos, se alimentaban del sufrimiento y el caos.

Lo más sorprendente es que la conquista de América no fue un proceso unilateral. Muchos pueblos indígenas, sometidos por el dominio de los aztecas, veían en los conquistadores una oportunidad de liberación. Tributos extenuantes y sacrificios obligados a sus dioses opresores habían sembrado el descontento entre los pueblos subyugados, quienes se unieron a las fuerzas de Hernán Cortés para derrocar a sus verdugos. La resistencia indígena hacia los aztecas y la colaboración con los españoles revela que, en el fondo, los mismos pueblos originarios anhelaban un cambio, una liberación de lo que podría interpretarse como una opresión de carácter satánico.

Desde una perspectiva metafísica, este proceso histórico puede interpretarse como un acto divino. Dios, el creador de todo lo existente, habría sembrado en el corazón de Isabel la Católica el deseo inconsciente de explorar y descubrir nuevas tierras, llevando consigo la misión de evangelizar a los pueblos del Nuevo Mundo. De esta manera, la evangelización fue un acto de liberación espiritual, un rescate de almas que, de no haber sido por la intervención divina, habrían seguido siendo víctimas de un ciclo infernal de sacrificios y sangre en honor a demonios disfrazados de dioses.

Sin embargo, hoy en día, el legado de la conquista de América sigue siendo un tema de gran controversia. La actual presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha solicitado en diversas ocasiones una disculpa formal al Estado Español por los abusos cometidos durante la conquista. Pero este enfoque, que parece centrarse exclusivamente en las heridas del pasado, podría no estar considerando la totalidad del cuadro. Es necesario recordar que los actuales habitantes de España no son los mismos que participaron en esos eventos históricos. Las demandas de disculpas, si bien legítimas en un contexto de justicia histórica, podrían sembrar más discordia que reconciliación.

En vez de perpetuar divisiones, este capítulo de la historia de México y España podría verse como un acto divino que, aunque marcado por la violencia inherente a cualquier proceso de conquista, trajo consigo la liberación de muchos pueblos indígenas de las sombras de sus antiguos opresores. Así, en lugar de enfocarse en las heridas del pasado, podría ser más productivo entender la Conquista como un evento complejo, con sus luces y sombras, y fomentar una reconciliación que nos permita mirar hacia el futuro, libres de resentimientos, y reconociendo el papel que la Providencia jugó en aquellos eventos.

Que este recordatorio sea un llamado a la reflexión y al diálogo, para que nuestra presidenta y líderes políticos consideren las múltiples dimensiones de la historia y apuesten por una narrativa que, en vez de dividir, construya puentes de entendimiento entre las naciones.

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